Esta Asamblea será recordada por algo especial: fue la plataforma para la exposición y consolidación de una generación de asambleístas que han hecho de la histeria, el bullicio y el griterío su herramienta política preferida. Se trata de una camada de asambleístas que recurren al insulto sistemático, a la crispación constante y a la estigmatización de quienes no piensan igual y usan categorizaciones ideológicas distorsionadas: quienes están en la vereda política contraria son fascistas y criminales. O asesinos. Es una camada de asambleístas ignorantes, incapaces de leer de corrido un discurso o de asociar dos ideas: sufren de lo que el periodista Roberto Aguilar ha descrito como el analfabetismo funcional.
La intervención de la iracunda y abismal Jhajaira Urresta el jueves pasado durante el juicio político al ex ministro del Interior, Patricio Carrillo es la mejor ilustración de lo que es esta camada. Esto dijo durante su juicio a Carrillo:
“Enjuiciamos a quien no respetó a la Policía Nacional, quien los tomó (a los policías) como carne de cañón para ejercer su mente criminal…”
“El pueblo ecuatoriano se merece un Ministro propio liderado por un profesional especializado, no por una mente criminal cuyos amigos más cercanos tienen la misma mente criminal…”
“Qué vergüenza tanta sinverguenzada en usted, no tiene sangre en la cara…”
“En sus manos, en su cara y en su gestión lo único que hay es sangre y muerte…”
“Mientras la Policía bombardeaba la Universidad Central, policías armados en un carro antimotines desfilaban por la Shyris con la bandera del Ecuador. ¿No lo recuerda? ¿Eso no es fascismo?…”.
Mireya Pazmiño, disidente de Pachakutik, y quizá una de las más beligerantes usuarias de la histeria política decía, hace pocos días, que el presidente Guillermo Lasso es un presidente autoritario y fascista porque había emitido un decreto que delegaba las decisiones del manejo de las empresas públicas a un solo funcionario. Lo dijo en una sesión de la comisión que elabora el informe del caso llamado del Encuentro, con su rostro visiblemente marcado por la ira, sin importarle la verdad histórica sobre lo que fue el fascismo. “¿Acaso no tenemos un presidente fascista, autoritario en estos momentos?”, dijo con un ligero temblor en sus mandíbulas.
Pazmiño, miembro de excepción de esta camada, no solo lanza categorías peyorativas a sus adversarios: da órdenes y se apersona con singular pasión de cualquier proceso que signifique la posibilidad de desestabilizar al gobierno. “Para el punto número dos, mandamos a la mierda a todas estas autoridades y nueva convocatoria”, dijo en tono de orden a la presidenta de la comisión que investigaba el asesinato de María Belén Bernal, sin darse cuenta de que el micrófono estaba encendido
En ese mismo grupo entra el especialísimo caso de Pamela Aguirre que tiene en la punta de la lengua la palabra fascismo, al punto que se la endilga a cualquier cosa o persona que la perturbe: hace no mucho dijo que la cuenta de Twitter del político Fernando Balda es fascista y en un post en Facebook que hizo por las efemérides de su provincia dijo “viva mi provincia, rechazo al fascismo neoliberal”. Cuando intervino en diciembre de 2022 en la Comisión de Transparencia durante una comparecencia del canciller Juan Carlos Holguín, ella hizo una apología de lo que llamó la lucha popular y antifascista del ex vicepresidente Jorge Glas y al final de la sesión lanzó un “por un mundo sin fascismo”, casi como como una plegaria.
Viviana Veloz es otra. En julio de 2022 ya hizo sentir cómo el uso de la histeria política la acompañaría. “Conmino a los legisladores de la patria y de mi provincia a destituir al gobierno de Guillermo Lasso y si no lo hacen que no vuelvan a pisar mi provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas”, dijo furiosa en la sesión en la que se discutía la destitución de Lasso. Ahora que está a la cabeza de la comisión que redacta el informe para buscar la destitución de Lasso, Veloz se ha consolidado como usuaria de excepción de la histeria: a gritos dio un ultimátum de diez días al presidente Lasso para que se presente ante su comisión. A los diez días no pasó nada.
Mónica Palacio es quizá el caso más caricaturizable. Sus intervenciones siempre salpicadas de gritos y proclamas victimistas le han hecho caer en chascos. Desde cuando dijo haber llegado de Panamá con las pruebas definitivas, según ella, que comprobaban las offshores de Lasso (resultaron papeles inservibles) hasta cuando hizo leer al secretario de Defensa, Diego Ordóñez una autorización que, según ella, otorgó el ministro de Agricultura, Bernardo Manzano, para que el narcotraficante albanés Dritan Gjika cultive marihuana y resultó que la autorización fue dada antes de que Lasso sea presidente.
En esta generación de asambleístas están, además, Marcela Holguín que se declaró defensora de los descamisados emulando a Eva de Perón, Victoria Desintonio que insultaba en las reuniones de la comisión que investigaba los Pandora Papers y Paola Cabezas que es ya célebre por su dedo en alto, sus insultos y gritos destemplados, así como Fernanda Astudillo, Luisa González y Patricia Núñez.
¿Qué une a este grupo? Todas se declaran víctimas de violencia de género cuando alguien las crítica y, con la excepción de Pazmiño, todas pertenecen a la bancada del correísmo. Ha sido tan intensa su actividad, que en los últimos ocho o seis meses han desplazado como figuras de la Asamblea prácticamente todos sus compañeros hombres. Son ellas las que más aparecen en medios y redes y las que manejan las comisiones encargadas de los temas más sonoros como el de los Pandora Papers, el asesinato de María Belén Bernal y ahora el del caso Encuentro. Han vuelto la política y, en forma sistemática, una actividad bulliciosa y frenética. (MARTIN PALLARES – 4 PELAGATOS)
Foto: Fotocomposición4P
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