Es muy sencillo salirse del marco. Más aún cuando se ejerce la Presidencia de la República. Y quizá más cuando, como dijo Guillermo Lasso, gobernar este país, en las condiciones que son públicas y que él refirió, es una tarea para titanes.
No salirse del marco es, entonces, un deber; una servidumbre. Y el ejercicio de poder, más que cualquier otro oficio, impone obligaciones. Por encima del carácter del funcionario. Y del nivel de desasosiego que le causen sus contradictores, adversarios o enemigos. Por eso un servidor del Estado debe estar dotado de una coraza a prueba de ataques y provocaciones. No es defensor de su personalidad; asume la de su cargo.
El Presidente Lasso se salió anoche del marco que circunscribe su actuación como jefe del Estado. Lo hizo en la cadena contra La Posta. Y si bien sus palabras no inspirarán acciones, según dijo hoy el ministro de Gobierno, esa salida en falso termina afectando sobre todo su causa: el presidente bajó al ring que le han fabricado. Sus palabras dichas al calor de las tribulaciones que lo habitan (y que confesó) lo ponen a competir con una de las causas que siempre ha defendido (la libertad de expresión) y, en el campo político, lo convierte en fusible de sí mismo. Todo esto es por lo menos impropio.
Claro -y esto no lo excusa- sus contradictores hace tiempo que se salieron del marco riguroso del periodismo. Y cabe anotarlo para recordar que también este oficio tiene un deber ser. Solo así, dentro de un código deontológico, es factible reflexionar sobre lo que un presidente no puede hacer. Si este oficio no tuviera reglas, daría lo mismo llamar investigación a filtraciones entregadas por delincuentes. Erigir esos indicios en pruebas. Vincular al que se antoje (en este caso al presidente de la República) con una organización criminal. O convertirlo en líder de un narcoestado. Mutar, cada que se ofrece, de periodista a activista y por qué no en estratega de operaciones políticas de la oposición a un gobierno. O transformar todo -indicios, entrevistas, preguntas…- en material de un relato insidioso en el cual el blanco de la supuesta investigación, está condenado de antemano. Como si el periodismo fuera la antesala, o una sala más, del poder judicial. Como si bastara decir y no probar.
Nada de esto justifica la cadena de anoche. Pero el debate sobre el poder equivale y necesita un debate sobre el rol de la prensa y sus protocoles de trabajo. Hacerlo -eso se sabe- no solo está mal visto: sirve a aquellos que, por afanes ajenos al periodismo y sumisión a la ley de los likes, piensan que la ética es tan escasa en el ámbito de lo público que no vale la pena hablar de ello.
¿Y qué es la deontología, entonces? ¿Acaso no es en su nombre que se debe decir al presidente Lasso que se salió del marco y que, al hacerlo, atentó contra su propio patrimonio político? Lo mismo se le dijo a Rafael Correa y se le podrá decir a otros gobiernos. Eso supone una base moral desde la cual se pueda señalar al poder cuando se excede: ejercer el oficio sin ropajes ajenos, respetar los protocolos que lo diferencian de la política, del activismo y, sobre todo, de operaciones propagandísticas o golpistas.
El poder Ejecutivo se equivocó. ¿Tiene derecho a defenderse? Naturalmente. Tiene derecho a su versión. A que sus miembros gocen de la presunción de inocencia hasta que un juez diga lo contrario. Tiene derecho a la réplica. Incluso a la polémica. Al uso, en definitiva, de la palabra. El presidente superó esos límites. Porque, lo mismo que se dice de un lado, es dable reclamar del otro: señalamientos, epítetos y descalificaciones, además de tener que ser probados, no sirven para responder críticas y acusaciones. Y el presidente, por ofuscado que esté, no puede mover (y las palabras lo hacen) el poder del Estado para amenazar.
En cuanto al fondo, la única salida presidencial es invitar a la Fiscalía -como lo ha hecho- para que investigue. Salidas políticas tiene y Henry Cucalón dio prueba de ello hoy al asistir a una entrevista en La Posta. (JOSE HERNANDEZ – 4 PELAGATOS)
Foto: Presidencia de la República.
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