A Lasso se le fueron vivos los toros al corral

Guillermo Lasso tuvo una oportunidad única e irrepetible de cortar rabo y oreja y salir en hombros por la puerta grande. Pero o no pudo o no quiso y sus adversarios regresaron vivos a sus chiqueros sin siquiera recibir los puyazos que exige una plaza de primera.

Lasso, en efecto, no estuvo a la altura de las expectativas que se habían creado con motivo de su presentación para defenderse en el juicio político que le siguen los correístas y sus apéndices socialcristianos. Tuvo todo para aplastar conceptualmente a sus acusadores Viviana Veloz y Esteban Torres y para pulverizar el proceso que se ha seguido en su contra, lleno de trampas y vacío de argumentos y pruebas.  Ni Veloz ni Torres fueron capaces de agregar algo nuevo ni contundente para sustentar sus acusaciones. 

Veloz arrancó con una retahíla de insultos: pintó a Lasso como si se tratara de un verdadero monstruo. Lo calificó de “magnate cruel y ruin”, lo acusó de inventarse “falsas enfermedades” y hasta de ser responsable de los “miles” de feminicidios que se cometen en el país. Sí, nada menos que responsable de los feminicidios.  Luego, Veloz se centró en lo que siempre se ha centrado: que Lasso es culpable de peculado porque no hizo nada para evitar la corrupción de la que conocía en las empresas públicas, recurriendo así a la inexistente y absurda figura del peculado por omisión.

La intervención de Torres fue, por su lado, apagada y sosa. Al socialcristiano se lo veía incluso incómodo: no en vano, como se supo la víspera, él no quería ser acusador en este juicio porque teme que no haya los votos necesarios para la destitución de Lasso. Torres estuvo errático y su tesis era contradictoria: sostuvo que a Lasso hay que destituirlo porque ha perdido la confianza del pueblo pero al tiempo insistió en el tema del peculado como esencia de todo. ¿Qué mismo?

En su réplica, Lasso usó 39 minutos de las tres horas a las que tenía derecho. Los primeros diez minutos dedicó a desmontar las acusaciones: lo hizo de forma general y todo pintaba que iba por el camino correcto. Parecía que luego de aquello iba a desmenuzar detalladamente lo que habían dicho los acusadores. Pero no. En poco tiempo, la intervención de Lasso se convirtió en una anodina rendición de cuentas y una prédica sobre los deberes democráticos que, dijo, deben cumplir los asambleístas. Habló de lo que había hecho para combatir la desnutrición infantil y la inseguridad y hasta habló de que los asambleístas deben recapacitar y rectificar. Hizo incluso llamados a los asambleístas para que trabajen en unidad con el gobierno. En definitiva, nada que no hubiera podido hacer en una cadena nacional de aquellas las que se transmiten un domingo en la tarde. Si al principio de su intervención había 15 500 personas mirándolo en el reproductor de streaming del Facebook de la Asamblea, a los 20 minutos apenas había 14 000. Imposible culpar a quienes dejaban de verlo: su tono era anodino, plano y, sobre todo, enormemente inofensivo.

Lasso y sus asesores, es evidente, no fueron capaces de leer el ecosistema emocional que hay en el país: no hay nada que provoque tantas náuseas e indignación como la clase  política representada en la Asamblea.  En el país, y eso es evidente, domina una necesidad vital de que alguien se decida a representar ese sentimiento. Pero Lasso no quiso aprovechar esa oportunidad que le hubiera permitido adueñarse de la representación de ese sentimiento. 

No debe existir en la historia el caso de un juicio político en el que exista una apatía tan brutal en la sociedad y en el que los acusadores resulten tan repulsivos.  A Veloz y a Torres apenas si sus propios colegas les pusieron atención durante sus intervenciones, lo que evidencia la falta de entusiasmo que despiertan. 

Lasso llegó en medio de una inmensa expectativa porque la gente esperaba que él fuera el látigo que les representara.  Un miembro del gobierno le dijo a este periodista que eso no era posible porque el plan era guardar la altura; pero no se trataba de eso: no hay nada más a la altura que estar a la altura de la circunstancias y éstas estaban llenas de señales para ser aprovechadas. Una intervención elegante pero dura y potente podía haberse convertido en un forma brutal  de capitalizar lo que la gente siente.  Inclusive, si es que esta noche o en los días venideros Lasso decreta la muerte cruzada, una intervención más emocionante y emocional hubiera sido inmensamente agradecida. Por: MARTIN PALLARES

Foto Asamblea Nacional