Fernando Villavicencio ya nunca más estará entre nosotros. Fue vilmente asesinado por sicarios. Las informaciones preliminares desde Colombia dan cuenta de que los sicarios supuestamente colombianos poseen un largo y escalofriante curriculum: gente muy experimentada en el oficio.
¿Quién los contrató para asesinar a Villavicencio?
Villavicencio “merecía” la muerte. No era justo que un ciudadano, como él, servidor de la honorabilidad y la democracia, se atreva a dar la cara al mal y a denunciar un sistema perverso que funciona en la sociedad e incluso en ciertos espacios importantes del poder social.
El poder no es unívoco. Todo lo contrario, es absolutamente vago y polivalente: desde el poder de hacer el bien y también el de ocasionar el mal extremo como el de martirizar a débiles e inocentes hasta el extremo de que clamen por la muerte.
Porque antes y ahora hay quienes creen poseer el poder de administrar la muerte y de darla al otro, al inocente, como si se tratase de un don. Para los sicarios, asesinar constituye un oficio que les permite vivir. Y quienes los contratan son igualmente criminales. Los hay de toda clase y condición, incluso de cuello y corbata. No es imposible que hasta ostenten títulos académicos y hasta podrían desempeñar funciones públicas. Todo es posible cuando alguien se ha dejado invadir por el mal.
Los sicarios no eligen a la víctima. Le han pagado para matar a alguien absolutamente determinado. Por ende, recibirán su paga sin ir más allá de esa inmediatez que, en definitiva, le encubre. Esa muerte constituye el último eslabón de un perverso proceso que comienza, posiblemente, en algún espacio importante del poder político y social. Ese espacio privado en el que se reúnen los verdaderos asesinos para decidir y planificar el asesinato.
Sin embargo, es preciso aclarar que antes de la acción asesina ya se produce el verdadero asesinato cuando los complotados deciden la muerte de su supuesto enemigo.
Por ende, no solo los criminales dispararon a Fernando Villavicencio. Antes de ellos están quienes ya lo condenaron por su tenaz defensa de los derechos y libertades. Por sus incansables denuncias de ese espacio sembrado de ignominias y de hipocresías.
Villavicencio, con su vida, su voz y sus denuncias, se convirtió en una suerte de piedra en el zapato de algunos posiblemente ubicados en las zonas oscuras del poder.
Villavicencio habitaba la casa de verdad y la justicia
Allí lo buscaron y allí lo encontraron. Allá fueron quienes recibieron un puñado de monedas para acabar con su vida. Mientras era herido de muerte, los otros festejaban su triunfo.
Nunca se supo quien verdaderamente ordenó el asesinato de Kennedy. (RODRIGO TENORIO – PLAN V)
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