El asesinato de Fernando Villavicencio desnudó la realidad de las mafias en Ecuador y la necesidad de continuar con el legado de este valiente investigador y político.
Las balas que segaron la vida de Fernando Villavicencio, candidato presidencial, apasionado periodista de investigación y padre de familia amoroso, no lograron asesinar sus ideas ni la siembra de valentía y verdad que logró forjar a lo largo de sus 59 años de vida. Más bien fueron la cruda confirmación de lo que él había denunciado por más de 15 años.

Ese 9 de agosto, el país y el mundo constataron horrorizados la verdadera cara de las mafias y su poder. Los sicarios hicieron lo impensable en un país como Ecuador: mataron a un candidato presidencial, en la capital de la República, haciendo gala de crueldad y desnudando las falencias de la institución policial, encargada de su seguridad.
Sin embargo, el atroz asesinato de Fernando, también ha colocado bajo los reflectores el origen del problema: el pulpo de narcotráfico, la corrupción y la impunidad, que se venía agigantando sistemática y premeditadamente frente a las narices de gobiernos autonombrados de “manos limpias”.
Así este crimen también se convirtió en una línea roja de clara advertencia: ahora más que nunca la encrucijada es la Patria o la mafia. Ya no se puede ceder más espacio o no habrá vuelta atrás.
Fernando con su capacidad visionaria, lo tenía claro: “Lo peor que pueden hacer es matarme, pero ese día se darán un tiro en el pie”, había dicho. Esas balas no lograron matarlo, lo hicieron eterno.
“Fernando iba a ganar la Presidencia y por eso lo mataron”, aseguró hace pocos días Cristian Zurita, su mejor amigo, compañero investigador y quien fuera su sucesor para la lid electoral.

Pero Fernando ya había ganado, porque logró desmantelar parte de esa corrupción con sus investigaciones periodísticas como Arroz Verde (Caso Sobornos), la trama de Odebrecht, los sobreprecios en la fallida repotenciación de la Refinería de Esmeraldas, las obras chinas mal hechas… Y con ello condenar a los responsables a la cárcel o a huir en calidad de prófugos.
Los autores intelectuales siguen en las sombras. En cambio, los gatilleros a quienes se los identificó y apresó – gracias a los registros que dejaron en cámaras, desde el Coliseo del Colegio Anderson hasta la zona oriental del valle en Quito- se han acogido al silencio.
Sin embargo, existen elementos suficientes -como la información de sus teléfonos y sus contactos en Colombia- para armar algunas hipótesis. Al momento existen señales de que la hermética investigación del FBI podría dar certezas. Se espera conocer los detalles en los próximos días.
En todo caso, lo que sí se conoce es que Fernando Valiente puso a temblar a muchos, quienes seguramente pensaron que si siendo un periodista coartó la fiesta de varios corruptos, él frente al Gobierno significaría un enemigo invencible.
Es que con sus denuncias apuntó a todo aquel envuelto en la estructura de corrupción, de los sobornos, especialmente en los sectores petrolero, minero, de telecomunicaciones y de la clase política que se asoció al narcotráfico.
Él lo explicaba sin tapujos a sus colegas de oficio, en los medios de comunicación, con el convencimiento de la importancia de la libertad de expresión y sabiendo que así ampliaba su mensaje de manera exponencial. Relataba frontalmente por ejemplo, que el narcotráfico se instaló en el Estado y contaminó sus sistema sanguíneo desde el 2007, cuando el gobierno de ese entonces tenía como consigna y acuerdo sacar la Base de Manta, pues esta era el instrumento de combate conjunto con EEUU contra este mal.
Con una memoria infalible, Villavicencio ataba cuidadosamente los cabos y había mapeado las rutas de los dineros en las que se entremezclaban nombres y apellidos: Jorge Glas, Ronny Aleaga, Leandro Norero, Xavier Jordán y una serie de abogados que defienden a narcotraficantes. Denunció que solo en las elecciones seccionales hubo 24 candidatos relacionados al narcotráfico, en su mayoría correistas.
Había asegurado que el país fue tomado por las mafias del narcotráfico tanto de México, Colombia y la albanesa. Uno de sus planes inmediatos era la militarización de los 10 puertos por donde, aseguraba, sale la droga.
Proponía renegociar los contratos petroleros y su última denuncia ante la Fiscalía involucró el perjuicio económico que presuntamente había causado la empresa Schlumberger, en complot con funcionarios del correísmo, al fijar de manera antitécnica tarifas que afectaban las arcas fiscales.
Así, las amenazas de “quebrarle si no callaba” se empezaron a multiplicar. Fernando lo sabía y lo advirtió. No tuvo empacho en presentar denuncias ante la Fiscalía sobre un presunto plan para acabar con su vida mediante sicariato que se fraguaba a lo interno de la Asamblea, por parte de ciertos colegas legislativos.
Estaba convencido, sin embargo, que “escribir es la victoria”, que no callar es la victoria, pero aferrarse a este derecho básico de exponer ideas y luchar, le costó la vida.
Como si el asesinato de un hombre valiente que combatía la corrupción no fuera suficiente vergüenza para el país, hemos sido testigos de otros capítulos que muestran la miseria humana de quienes parecía que ya no podían caer más bajo, pero lo hicieron. Así, los que persiguieron, allanaron, amenazaron y denostaron a Fernando, ahora se autoproclaman “los más afectados” por el crimen.
Y lo más reprochable, algunos que se decían amigos o cercanos, e incluso parte de los familiares, tejen una serie de elucubraciones que calculándolo o no, generan cortinas de humo que entorpecen la investigación. Estas declaraciones antojadizas son eufóricamente respaldadas por José Serrano y el propio Rafael Correa. Ya lo dice el dicho: Dime quién te respalda y te diré quién eres.
El pensamiento de Fernando permanece ya en los casi dos millones de ciudadanos que creyeron en su propuesta y que ahora se reconocen como árboles de esa semilla de valentía, que podrán tomar las riendas de su destino y transformar la realidad desde su propia trinchera.

Dos de estos árboles, que han dado luz y esperanza en tiempo de oscuridad, son justamente Amanda y Tamia Villavicencio, hijas de Fernando Eterno. Gracias por eso.

El periodismo nacional también debe reinventarse para enfrentar una tarea titánica que es continuar destapando la alcantarilla de la corrupción, a través del periodismo de investigación, ahora en ausencia, pero con la inspiración, de su adalid. (PERIODISMO DE INVESTIGACION LA FUENTE)
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