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¿Reencarnó Pablo Escobar en el socialismo que gobierna Venezuela, Colombia y México?

Pablo Escobar fue abatido en 1993, pero al observar la realidad latinoamericana parecería que el capo nunca murió. Solo cambió de escenario y de traje. En vez de fusiles en las azoteas, hoy viste de rojo, levanta banderas de “justicia social” y firma decretos desde los palacios presidenciales. Porque, digámoslo sin rodeos: el socialismo del siglo XXI es la reencarnación más sofisticada del narcoterrorismo que Escobar simbolizó en los años ochenta.

Venezuela: del Cartel de Medellín al Cartel de los Soles

El caso venezolano es quizá el más evidente. El régimen de Nicolás Maduro se sostiene gracias a una maquinaria criminal que, según informes internacionales, convirtió al país en plataforma de exportación de cocaína hacia Estados Unidos y Europa. Lo que alguna vez fue narrativa revolucionaria terminó opacada por la sombra del Cartel de los Soles, integrado por miembros de la cúpula militar.

Escobar utilizaba la violencia urbana para blindar sus operaciones; Maduro utiliza al Estado mismo. El poder que antes se disputaba con sangre en las calles de Medellín hoy se ejerce desde ministerios, cuarteles y hasta embajadas. Si Escobar pudiera ver lo logrado en Venezuela, quizá sonreiría: menos guerra abierta, más control institucional.

Colombia: la “paz total” como escudo del crimen

En Colombia, la ironía es aún mayor. Escobar soñó con llegar al Congreso para obtener inmunidad y protección política. Hoy, con Gustavo Petro en el poder, la frontera entre criminalidad y política se ha vuelto difusa.

Su propuesta de “paz total” no es otra cosa que una amnistía encubierta para grupos armados y organizaciones narcotraficantes. En vez de ser perseguidos, los carteles ahora dialogan en mesas oficiales. Los mismos que desangraron al país hoy reciben micrófonos, garantías y negociaciones. Escobar, que buscaba legalidad para sus crímenes, debe estar aplaudiendo desde el más allá: su sueño parece haberse concretado en las políticas del progresismo colombiano.

México: abrazos que fortalecen balazos

México es otro laboratorio de esta simbiosis entre política y crimen. Durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, la estrategia de “abrazos, no balazos” se tradujo en un narcoempoderamiento sin precedentes. Los carteles se expandieron territorialmente, diversificaron sus negocios y consolidaron control social en regiones completas del país.

Hoy, la presidenta Claudia Sheinbaum hereda un Estado debilitado, con zonas donde el gobierno apenas existe y el narco impone leyes, impuestos y justicia a su manera. La política oficial parece más orientada a administrar la violencia que a enfrentarla. De haber nacido en el DF, Escobar no necesitaría esconderse en techos: daría ruedas de prensa en Palacio Nacional.

La nueva cara del narco-socialismo

Lo que en los 80 se hacía a punta de fusil, hoy se hace con votos, urnas y discursos populistas. El narcotráfico ya no se limita a un negocio clandestino: se ha fusionado con proyectos políticos que se proclaman defensores de “los pobres”, pero que financian campañas y compran conciencias con dinero de la cocaína.

El socialismo del siglo XXI tomó las lecciones de Escobar y las perfeccionó: en lugar de desafiar al Estado, se apropió de él. En lugar de ser enemigo declarado de la política, se convirtió en su aliado más fiel. La violencia se ha institucionalizado y la impunidad se disfraza de justicia social.

Una advertencia para América Latina

Escobar fue un síntoma de la descomposición. El narco-socialismo es el síntoma y, al mismo tiempo, la enfermedad. No hablamos ya de capos aislados, sino de gobiernos que administran, legitiman y protegen a redes criminales.

América Latina debe preguntarse: ¿cuánto tiempo podrá resistir una sociedad en la que la política y el crimen organizado caminan de la mano? ¿Cuánto tardaremos en reconocer que la corrupción del socialismo radical no es simple ideología, sino la evolución de la narcopolítica que Escobar inauguró hace décadas?

La respuesta determinará si seguimos siendo naciones libres o si nos convertimos en estados fallidos administrados por carteles con bandera roja. Por: FERNANDO SALAZAR