El gobierno de Daniel Noboa recicla los manuales del correísmo más feroz en su estrategia de comunicación, mientras pretende venderse como modernidad sin pasado. Pero los tuits (y los fantasmas) no olvidan.
En la política ecuatoriana, como en las malas telenovelas, siempre hay personajes que uno juraba haber visto por última vez en el capítulo final de la temporada anterior. Pero no. La memoria es frágil y el poder es reincidente. Esta semana, el gobierno de Daniel Noboa nos obsequió un giro argumental digno de archivo: la designación de Carolina Jaramillo Garcés como nueva vocera oficial.
Una comunicadora que ha hecho carrera despotricando contra periodistas, calificando de “insecto” a uno, de “pendejo” a otro, y de “seudoperiodista extorsionador” a Fernando Villavicencio. Todo esto, mientras denunciaba un supuesto #ApagónMoral mediático —como si el único interruptor de la ética lo tuviera ella. Nada contra las opiniones fuertes.
Pero cuando la encargada de comunicar desde Carondelet ha demostrado, en su timeline, una beligerancia sistemática contra la prensa independiente, es lícito preguntarse si su designación no es una declaración de guerra. El pasado siempre cobra factura. Y aquí no estamos ante un desliz comunicacional sino ante un patrón.
Porque esta misma semana también se oficializó el fichaje de Marcela Holguín como figura clave del aparato mediático gubernamental. Holguín, recordemos, fue la voz militante del correísmo más agresivo contra la prensa. La misma que desde los micrófonos de la Asamblea, en los años de Rafael Correa, operaba como amplificador de esa maquinaria de propaganda que perseguía, deslegitimaba y empapelaba periodistas. Lo dijo con ironía Roberto Aguilar en Expreso: “Ya solo falta que vuelva Alvarado”.
Y no le falta razón. Porque lo que estamos viendo no es solo la incorporación de personajes reciclados, sino el retorno de una lógica de comunicación basada en el linchamiento moral, la demonización del periodismo crítico y la conversión del Estado en un laboratorio de propaganda. La memoria digital, a diferencia de la institucional, no sufre de Alzheimer.
Un rápido repaso por los tuits de Carolina Jaramillo revela una peligrosa tendencia a deslegitimar el trabajo periodístico cuando no encaja en sus narrativas. Su enfrentamiento con Carlos Vera pasó de lo personal a lo institucional, y su desprecio por el oficio —cuando no le acomoda— raya en lo sistemático. ¿Ese es el perfil de quien ahora debe representar al gobierno ante el país y ante el mundo? Todo esto en medio de un escenario nacional marcado por la violencia, la incertidumbre política y la falta de un relato coherente desde el poder.
En lugar de apostar por una vocería técnica, institucional, que restablezca puentes con la sociedad y con los medios, Noboa parece haber optado por un modelo de confrontación posmoderna y reciclaje ideológico. Un Frankenstein entre la arrogancia del viejo correísmo y el oportunismo del marketing de redes.
Y así llegamos a este déjà vu tropical: una vocera que tuitea como troll, una exasambleísta que retorna como operadora mediática, y un gobierno que jura ser del siglo XXI, pero cuyo manual de comunicación parece haber sido impreso en los sótanos de la SECOM, circa 2010.
Nadie pidió este remake. Pero aquí está. Y si algo nos enseña esta segunda temporada, es que el verdadero “apagón moral” ocurre cuando el poder recicla sus peores prácticas y las vende como innovación. (CESAR RICAURTE – PERIODISMO DE INVESTIGACION LA FUENTE)
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