La amenaza del crimen organizado (I)

«América Latina enfrenta una cuarta ola criminal que amenaza la democracia», dice un estudio de Douglas Faráh y Pablo Zevallos, titulado: De las calles al Estado. Cómo el crimen organizado redefine el juego político en América Latina, publicado por la Fundación Konrad Adenauer en el 2025. El crimen organizado transnacional (COT) ya no actúa de manera marginal. Es una inminente amenaza en calles, barrios, campos, negocios; y, alcanza al Estado. No opera en la penumbra o a media luz. Está presente en el tejido social. En sectores sociales y económicos. De manera notoria o invisible se ha incrustado en la fuerza pública, instituciones, organismos, gobiernos. En el Estado.

Su inminencia es de tal magnitud que «capturan instituciones del Estado, cooptan instituciones e incluso someten a estados enteros». Se ha propagado con inadvertida rapidez, erosionando las bases de la institucionalidad democrática, de por sí vulnerable. Se ha extendido «silenciosamente, sin ser percibido». Como un virus que se aloja, se propaga y destruye las débiles defensas de la institucionalidad, hasta extender su letal secuela corrosiva hacia la aniquilación.

Parte del raquitismo institucional en América Latina ha sido el auge del populismo autoritario que irrumpió en el sistema representativo de países como Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, durante el esplendor del Socialismo del siglo XXI, y su coalición con el terrorismo de las FARC, otrora agrupación armada de inspiración marxista y guevarista, convertida ahora en siniestra organización criminal que produce, administra y comercializa la cocaína que se exporta al resto del mundo.

El sentido de la lucha contra las estructuras criminales del narcotráfico, la minería ilegal y otros delitos conexos, no puede ser desvinculada de las disparidades sociales, las carencias y la ausencia del Estado. Veamos, según la publicación mencionada, cuáles han sido las cuatro olas del COT:

La primera, liderada por Pablo Escobar y el denominado Cártel de Medellín. Es una etapa fundacional, dicen los autores, aquel periodo de tráfico intensivo de cocaína a los EE. UU, a través de las rutas del caribe. Fue implacable y sangrienta, con una capacidad de corrupción destructiva.  

La segunda, con la presencia del Cártel de Cali, más refinado y complejo, que abrió nuevas rutas de tráfico por Centroamérica y México. Marcó una mayor sofisticación profesional del funesto negocio «y una expansión logística más silenciosa pero igualmente poderosa con grupos criminales de origen mexicano, que surgieron como operadores». Su fiereza se naturalizó al trasladarse al espectáculo glorificado y romantizado en series y películas. La repugnancia embellecida.

La tercera, vinculada al movimiento bolivariano de Hugo Chávez, «donde emergen formas de Estado criminalizado. Países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba». Aliados con las FARC, convirtiendo la producción y el tráfico de cocaína en parte del engranaje del poder. Grupos que se cobijaron en Ecuador, con la elegante credencial de la ciudadanía universal, la puerta rotatoria de la connivencia, y un Estado desmantelado en seguridad. El reciente reporte del New York Times, relata la tragedia, configurada y extendida en el periodo presidencial de Rafael Correa Delgado.

Y, la cuarta, se distingue con la penetración de brazos extra regionales   como las mafias europeas, albanesas, turcas y asiáticas, en estrecha coordinación y complementación con organizaciones criminales de Colombia y México. En nuestro país, sincronizan y acuerdan con algunas de las bandas ya catalogadas como «terroristas»: Choneros, Lobos, Lagartos, Tiguerones, Latín Kings, Fatales, Águilas, Mafia 18 Tiburones, Gánster, Chone Killers.  Por: RAMIRO RIVERA