En los últimos años se ha expandido con fuerza una corriente ideológica conocida como woke. Bajo un disfraz de sensibilidad social, esta visión pretende imponerse como la única moral válida, colocando la defensa de la naturaleza, de los animales y de supuestas “minorías” por encima de los valores humanos, espirituales y familiares que han sostenido a las naciones durante siglos.
Que nadie se confunda: no es malo defender al planeta ni proteger la vida animal. Al contrario, cuidar la creación es parte de nuestra responsabilidad. Pero lo inaceptable es usar esas causas nobles como excusa para desvirtuar principios fundamentales: el respeto a Dios, a la vida, a la familia y a la libertad.
La ideología woke ha normalizado propuestas que atentan contra la esencia misma del ser humano: el aborto, que mata a los más indefensos; la eutanasia, que transforma la muerte en solución; el matrimonio homosexual, que redefine lo que por naturaleza es la unión entre hombre y mujer; y la pretensión de arrebatar a los padres el derecho sagrado de educar a sus hijos, sustituyéndolo por una educación ideologizada desde el Estado.
Tampoco podemos aceptar que la prosperidad, fruto del trabajo honrado, se condene como pecado, mientras la pobreza se exalte como virtud. Esa lógica perversa, materializada en políticas de subsidios y bonos permanentes, convierte a los ciudadanos en dependientes del Estado y destruye la cultura del esfuerzo. No más mendigos con pistola, ni delincuentes defendidos por organizaciones de derechos humanos mientras las verdaderas víctimas son ignoradas y olvidadas.
El mundo necesita recuperar la ética, la moral y las buenas costumbres. La libertad sin responsabilidad es anarquía, y la igualdad sin justicia es demagogia. Si no volvemos la mirada a Dios y a sus preceptos, estaremos condenados a perder lo más valioso: la dignidad de la persona y la fuerza de la familia.
La familia, no lo olvidemos, es la célula básica de la sociedad. Allí se siembran los valores, se forman los ciudadanos y se asegura el futuro de la nación. Sin familias fuertes, ningún Estado puede sostenerse.
Por eso, frente a la ideología woke, debemos levantar la voz. No se trata de negar derechos, sino de defender la verdad. No se trata de imponer una moral privada, sino de reconocer que sin ética, sin fe y sin orden, ninguna sociedad puede sobrevivir.
Hoy más que nunca, es momento de elegir: o seguimos el camino de la confusión y el relativismo que nos ofrece el progresismo radical, o regresamos a los principios eternos que han dado sentido, dignidad y esperanza a la humanidad. La decisión está en nuestras manos. Por: FERNANDO SALAZAR
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