¿Qué hacer cuando el temor se siente visceral? ¿Cuando la incertidumbre quita el sueño?
“El miedo y el valor conviven muy cercanamente”, señaló a BBC Mundo el sacerdote jesuita mexicano Esteban Cornejo.
Para el religioso, lidiar con el desasosiego se convirtió en un desafío cotidiano tras el asesinato de dos sacerdotes en su parroquia en Cerocahui, un pequeño pueblo en la Sierra Tarahumara, en el noroeste de México.
Los padres jesuitas Javier Campos, de 79 años, y Joaquín Mora, de 80 años, murieron a balazos el 20 de junio del año pasado, luego de que el guía de turismo Pedro Palma, también asesinado, fuera llevado al interior del templo por el líder de una banda criminal de la zona con la intención de matarlo allí, según relató Cornejo.
El ataque contra los sacerdotes jesuitas causó conmoción en un país ya afligido por la violencia.
El padre Esteban Cornejo estuvo en Londres. Allí habló con BBC Mundo sobre la decisión de permanecer en su parroquia, el antídoto que ofrece la cosmovisión indígena a la sociedad actual, y por qué a veces lo mejor es “abrazar” el miedo.
¿Desde cuándo estás allí en Cerocahui, en la Sierra Tarahumara?
Yo soy del centro de México, de una ciudad que se llama Acámbaro en el estado de Guanajuato. Estoy en la Sierra Tarahumara desde el año 2021.
O sea que estabas allí el 20 de junio del año pasado, cuando el padre Javier y el padre Joaquín fueron asesinados…
Ese día teníamos una reunión los cuatro jesuitas que vivíamos allí, el padre Javier Campos, el padre Joaquín Mora, el padre Jesús Reyes y yo. Y pensábamos salir después de comer a un paseo.
Justo antes de la comida llega alguien a avisar que buscaban a uno de los padres porque había entrado una persona queriendo asesinar dentro del templo a alguien. El padre Javier, que era el párroco en ese tiempo, sale a atender la situación y nos dice “coman ustedes y después regreso a comer”.
Nosotros pensamos que iba a resolverlo pronto y que volvería a comer con nosotros.
El principal sospechoso del crimen según reportes de prensa era el líder de una banda criminal local conocido como “El Chueco”…
Sí. Creo que lo que hizo detonar también su enojo fue que uno de los padres fue a darle la unción para el buen morir al guía de turista asesinado.
Yo viví el miedo de no saber qué iba a pasar. Pero sabía que tenía que esconderme porque a mí (el atacante) no me conocía. Si no respetaba a los padres que conocía, a mí menos.
¿Dónde te escondiste?
Estaba escondido dentro de un cuarto al lado de la cochera cuando escucho los disparos. Y yo más bien pensaba que estaba disparando a los vidrios, incluso las imágenes religiosas. Me quedé pasmado del miedo, con esa sensación de no querer hacer ningún tipo de ruido.
Estuve escondido más de una hora. Ya después me enteré que el padre Jesús tuvo que platicar y lidiar con la persona hasta que decidiera por su cuenta irse.
A pesar del asesinato de los padres jesuitas decidiste quedarte en esa misma parroquia. ¿No pensaste alguna vez en irte?
Yo estaba abierto a la opción de irme o quedarme, porque también nuestra presencia podía poner en riesgo a más gente. Pero platiqué con el padre Jesús y él me dijo, “yo me quedo porque además están las otras religiosas”.
Hay dos congregaciones de hermanas religiosas que trabajan ahí y viven en casas cercanas. Y además hay un internado con niñas. Y el padre Jesús dijo “¿y ellas qué? no podemos irnos y sólo pensar en nuestra propia seguridad”.
Entonces yo dije, si tú te quedas, yo también me quedo.
Hablaremos más adelante de cómo es vivir a diario con el temor. Pero antes quiero preguntarte si alguien fue responsabilizado, ya que “El Chueco” apareció este año muerto de un tiro en la cabeza
Hasta ahora no hubo justicia. Justicia en el sentido en que una persona que comete un crimen debe ser juzgada y recibir una condena de acuerdo a un proceso justo, legal. Hasta ahora para nosotros los jesuitas este caso quedó impune.
El hecho de que ya hubieran asesinado a dos sacerdotes en la sierra fue algo para nosotros fuerte, doloroso. Pero el hecho de que hayan asesinado al asesino es un fracaso todavía más grande de la justicia, porque quiere decir que las autoridades no tienen el control de los territorios.
¿Cómo lograban convivir antes del ataque con la presencia de bandas criminales?
No teníamos antes una sensación de riesgo porque de algún modo entendíamos que tanto sacerdotes como médicos, como maestros, como otra gente que va a hacer un bien a la sociedad, eran respetados entre comillas por estas organizaciones criminales.
Si acaso el mayor riesgo era justamente cuando se encontraba a una persona de esas organizaciones con altos niveles de alcohol o drogado. Ahí las personas del pueblo o de otros pueblos cercanos tenían mucho miedo. No sólo de él sino de los que trabajaban para él, ya que en esas condiciones esas personas se convierten en generadores de violencia por el grado de impunidad en el que se vive.
Pero la mayor amenaza era para la gente. Incluso escuché alguna vez decir que él respetaba a los padres y a las hermanas, a los doctores. Eso comentaba la gente.
Esta ocasión fue distinta, pero todo esto es también generado no sólo por algo circunstancial, sino por un mal estructural. Es decir, cosas estructurales que permiten que alguien pueda tener ese grado de poderío en un territorio.
En otros países de la región no se conocen las difíciles condiciones en la Sierra Tarahumara. ¿Cómo es trabajar allí?
Este lugar está al noroeste de México. El estado está incluso pegado a Estados Unidos y es un lugar donde la frontera convive con temas de migración, de tráfico de drogas, trata de personas. O sea que es un tema complicado.
Pero al interior podemos ubicar a Cerocahui dentro de una gran zona serrana que abarca más o menos tres estados. Es una zona rica en bosques, en minería, en ríos y dentro de este lugar conviven dos culturas.
Una es el pueblo indígena rarámuri, que nunca fue conquistado por los españoles porque fueron desplazándose hacia lugares cada vez más recónditos y de difícil acceso. Y a ese lugar después llegaron los colonizadores españoles, junto con ya una población más de tipo mestizo.
De hecho, nosotros llegamos a la sierra por el pueblo indígena rarámuri, pero acompañamos a toda la gente que pertenece al territorio de la parroquia.
Es notoria allí la presencia de grupos criminales por la escasa presencia de fuerzas del Estado…
Sí, incluso hay municipios que no tienen policía municipal. La gente no tiene a dónde recurrir cuando hay alguna situación donde se vean afectados sus derechos. Y ahí es donde entra también la labor que hacemos nosotros, la labor del padre Javier Ávila, que tiene el sobrenombre de padre Pato.
¿Él quién es?
Es un jesuita que trabaja justamente desde hace más de veinticinco años en temas de derechos humanos. Él recibe muchas denuncias y se convierte a veces en la persona confiable en la que la gente puede dejar sus denuncias por algún atropello, sea de las fuerzas del orden o de parte del crimen organizado.
Tengo entendido que el padre Javier Campos y el padre Joaquín Mora respetaban mucho la cosmovisión de los rarámuris y encontraban en ella algo muy valioso para la sociedad actual: el sentido de comunidad.
Nosotros creemos, como jesuitas, que las culturas indígenas tienen mucho que decir a esta cultura occidental, que es cada vez más individualista, cada vez más de consumo y que pasa por encima de la ecología, del medio ambiente, de las personas.
El padre Javier Campos era el que mejor hablaba la lengua rarámuri. Él y el padre Joaquín veían esta cultura precisamente como algo muy valioso.
Para los rarámuris, Dios les dejó un encargo, que es hacer de este mundo algo más bonito, cuidarlo. Ellos le ayudan a Dios, ¿cómo? equilibrando la fuerza de lo malo y de lo bueno, cuidando los aguajes, que es el lugar de donde brota el agua para alimentarlos, cuidando los bosques, bailando una danza tradicional que se hace con motivo de darle fuerza a Dios o darle gracias.
Para ellos nuestros antepasados tenían ese encargo y nosotros lo debemos continuar. Y ellos no ven la vida sin la comunidad. Para ellos un mundo aislado es algo triste. Necesitan siempre a los demás.
Volvamos al tema de la seguridad, ¿cómo es ahora el día a día de los jesuitas en Cerocahui? ¿Cómo se cuidan?
Los primeros que nos cuidan son las personas. Desde que pasó el asesinato, si saben de la presencia de alguien del crimen organizado y nosotros tenemos planeada una salida hacia allá, nos dicen “no vengan”, la gente nos cuida en primer lugar.
Después del asesinato hubo una presencia fuerte de militares y de la Guardia Nacional, así como de agentes estatales. Al pasar el tiempo los únicos que permanecen hasta ahora son los de la Guardia Nacional. Pero se avanzó poco en el tema de la investigación.
Nosotros sentimos que todavía corríamos un riesgo y decidimos recurrir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para pedir medidas cautelares. Es una instancia internacional que le dice al Estado mexicano “aquí hay personas que por su labor humanitaria están corriendo un riesgo y necesitamos que tú garantices que les das protección para que ellos puedan continuar su labor allí”.
Recurrimos a estas medidas porque no vimos una respuesta clara y contundente de parte de las autoridades estatales y federales para garantizar la seguridad y la protección.
Fue una medida también para que continuara la mirada sobre la región para la seguridad no sólo de nosotros, sino de las personas que viven en los poblados.
Y en la práctica, ¿cómo se traduce esa protección?
Te puedo decir que al lado de la parroquia viven 21 elementos de la Guardia Nacional que me acompañan, sobre todo a mí, a ciertos lugares donde tenemos que desplazarnos para alguna labor pastoral o religiosa.
También se instalaron cámaras y luces para iluminar los espacios, y en alguna zona vulnerable ciertas rejas o mallas de protección.
También se nos ayudó con algunos teléfonos satelitales, pero ahí hay ciertas dificultades porque, por ejemplo, hay veces que dicen los que nos protegen “no tenemos gasolina para acompañarlos”. El teléfono satelital además de nada sirve si no nos dan un teléfono a quien llamar.
Entonces son inconsistencias en estas medidas de protección que se supone que el gobierno tendría que garantizar.
¿Qué efecto han tenido los asesinatos un año después?
En México han asesinado muchos sacerdotes en las últimas décadas y ninguno de ellos ha tenido este efecto que tuvieron los padres jesuitas.
Esto habla de la trascendencia tanto de sus vidas en la sierra, como de la Compañía de Jesús en México. Si hubieran sido otras personas no nos devuelven los cuerpos.
Los mataron el lunes y se llevaron los cuerpos. Y el miércoles hay un anuncio de que ya se han encontrado los cuerpos. Nosotros no sabemos más. Lo que sí sabemos es que hay más de 100.000 personas desaparecidas en México. Sus cuerpos no están, las madres no tienen dónde llorarles, ni acceso a la verdad.
A nosotros nos devolvieron los cuerpos muy pronto, pero hay quienes no han tenido esa suerte.
También estamos en una crisis forense, 52.000 cuerpos en los servicios forenses que no han sido identificados por nadie. Es una crisis grande la que vivimos.
Me comentabas antes que, tras los asesinatos, la Iglesia en México ha lanzado usa serie de iniciativas por la paz…
También se ha generado una serie de diálogos por la paz, foros sobre temas de justicia y seguridad con académicos, expertos y también víctimas, gente de la sociedad civil.
Y se genera una reflexión en torno a estos temas tan importantes para nosotros porque creemos que el gobierno mexicano necesita escuchar también otras voces en torno a este tema y no sólo centrarse en una política de seguridad que favorece la militarización y que deja afuera voces de la sociedad que tienen algo que decir.
Más de 60 sacerdotes fueron asesinados en México desde 1990 según datos del Centro Católico Multimedial.
Cuando sales a la carretera muchas veces tendrás miedo…
Me gusta recordar lo que dice el padre Pato: “nuestra opción no es de un sexenio”, que es lo que dura un gobierno en México, “nuestra opción es una opción de vida, de estar con la gente empobrecida”. Y eso nos planta diferente en el mundo.
No quiere decir que no tengamos miedo. Yo en lo personal he vivido esta experiencia, por ejemplo, de despertarme en la noche ansioso, escuchando ruidos, ya no pudiendo dormir, de perder el sosiego. Ha habido momentos en que no tengo ganas de comer, se altera el sueño, la concentración.
¿Y cómo lidias con ese miedo?
He estado llevando una terapia psicológica, un acompañamiento con una psicóloga. También tengo acompañamiento espiritual con un jesuita muy, muy, muy querido para mí, que desde el discernimiento espiritual me acompaña también en estos temas.
Y lo que también me ayuda es pensar que la gente corre mucho más riesgo a veces que nosotros. Siento que nuestra presencia allí también es para mejorar las condiciones de seguridad de la gente.
Compartimos esto tan humano como es el miedo, el dolor. Porque también déjame decirte que casi siempre un sacerdote va y acompaña en misa a alguien que ha perdido a un ser querido. Consuela, da palabras de esperanza.
Pero ahora nos tocó estar del otro lado, llorar el dolor, sentir la angustia de no encontrar los cuerpos. Y también vivir la incertidumbre de qué va a pasar con nuestro futuro, como la gente que ha tenido que desplazarse por la violencia, viviendo el miedo y la inseguridad en sus familias.
Ahora nos tocó experimentar también esta parte y eso nos hace de algún modo más humanos en nuestra labor de acompañar a la gente en la sierra, en las comunidades.
En esos momentos de desasosiego, ¿hay algo que te ayuda especialmente que querrías compartir?
Bueno, recuerdo que alguien le preguntó al Papa si había algo que quería decir a los jesuitas de México por la muerte de nuestros hermanos. Y él dijo “no tengan miedo, porque el miedo paraliza”.
Cuando leí lo que él nos mandó, yo decía, yo sí tengo miedo. ¿Cómo no voy a tener miedo? Pero también entendí que el miedo no es algo que no me deje caminar. Se puede abrazar ese miedo. Recordaba una frase de la película “La forma del agua” donde una chica dice “no soy valiente, pero tampoco tengo miedo de hacer ciertas cosas”.
Pues el miedo también va y viene. No es un estado permanente. Cuando viene con más fuerza hay que atenderlo, y ahí ayuda mucho poder hablar con alguien, que alguien esté sosteniendo tu mano, que esté allí físicamente para poder pasar ese rato. Cuando estemos solos nos tocará aprender a resistirlo.
Pero también sabemos que otras veces el miedo se pondrá un poco más tenue y nos permitirá salir a la calle, volver a encontrarnos con la gente, no verlos a todos con sospecha, sentir que esa sensación de miedo agudizante va a pasar y cuando pase aprovechar para volver a vincularnos con la vida.
El miedo y el valor conviven muy cercanamente, porque justo cuando uno se atreve como a vencerse a sí mismo, el miedo nos permite caminar también. Pero si tú le das la fuerza, sí paraliza.
¿A qué película te referías?
Es “La forma del agua” de Guillermo del Toro. En esa película hay una chica que trabaja en un laboratorio a donde llega una especie de monstruo, y ella se enamora de él. Se atreve a hacer cosas para rescatarlo, y lo que la mueve es el amor.
Hablabas del amor. Tengo entendido que al Padre Campos y al Padre Mora los habían querido sacar de Cerocahui por la inseguridad, incluso uno de ellos tenía problemas de salud, pero no querían abandonar a las comunidades.
¿El amor es también lo que te da fuerza para seguir adelante?
Al llegar a la sierra, una religiosa me preguntó: ¿ya amas a la sierra, ya amas estas tierras? Y yo pues llevaba como dos semanas de haber llegado y le dije, no, todavía no.
Porque el amor a primera vista no lo siento mucho, yo necesito rostros, historias, vínculos, celebración, acompañamiento en nuestros dolores, todo eso que va haciendo la vida fecunda. Para mí eso es el amor, es decir, algo ya compartido, ya vivido.
Permanecer en un lugar es una decisión también a final de cuentas por amor.
Y como decía un poema de Pedro Casaldáliga, un obispo de Brasil que ya murió, “si al final de la vida me preguntaran, ¿has vivido?, ¿has amado?, yo sin decir nada abriré el corazón lleno de nombres”.
Esa es su respuesta, un corazón lleno de nombres, lleno de historias porque al final de cuentas esa es la vida, una vida que tiene sentido porque hay alguien con quien la compartes.
Y si te hicieran la misma pregunta hoy en día, ¿amas esas tierras?, ¿qué dirías?
Amo la Sierra Tarahumara, amo a la gente, a la cultura rarámuri, amo su modo de ser iglesia muy propio de allá y amo la misión que se nos ha encomendado. Ahora puedo decir que sí, pero ya no sólo con palabras, sino con el corazón puesto. También por el testimonio tan fuerte de mis dos hermanos.
Yo creo que al final de cuentas me quedo porque estoy viviendo una vida que se me muestra todavía más viva cuando está la muerte y me quedo porque esta cultura se me ha metido en el corazón.
El asesinato de mis hermanos jesuitas impulsa mi deseo de permanecer en la misión como una manera de continuar lo que ellos ya estaban haciendo: vivir y amar. Es un modo de honrar su memoria y de no olvidarlos.
Fuente: BBC News Mundo
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