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Corrupción: entre el descaro y el negacionismo

Que durante el gobierno de Rafael Correa se montó una red de corrupción inédita en la historia del Ecuador no le suscita dudas prácticamente a nadie. Las pruebas se multiplican como hongos. Y algunas evidencian unas prácticas que bordean la irrealidad, como las que han sido denunciadas en el juicio a Carlos Pólit.

Prestar dinero sin recibos ni garantías es una práctica milenaria que funciona en los mercados, en el seno de las familias o en la tienda del barrio donde se fía una libra de azúcar. Únicamente lo reducido de los montos justifica la informalidad de la operación. No obstante, y según el testimonio de uno de los involucrados en el caso Pólit, eso se hizo con sumas gigantescas que, se presume, provendrían de las coimas entregadas por la empresa Odebrecht al excontralor.

Exactamente igual que la contabilidad al peso de las mafias del narcotráfico, donde no se pierde el tiempo contando billetes.

Por eso, a la par que se desvela y se desmantela ese sistema de corrupción que sigue operando hasta ahora, es imperativo descubrir el esquema del reparto del dinero. Es decir, quiénes se lo llevaron y en dónde lo tienen guardado. Porque es físicamente imposible esfumar tanta plata sin dejar rastro. Cuentas bancarias, títulos financieros y propiedades deben estar regados o circulando por todo el mundo.

En la cruzada contra la corrupción en que está empeñada la Fiscalía General del Estado, desencriptar la información de los celulares y la tablet de Jorge Glas puede servir a este objetivo. Sin lugar a dudas, el exvicepresidente manejaba esos dispositivos electrónicos con total liberalidad. Se encontraba al amparo de una embajada y protegido por la seguridad informática que rige dentro de cualquier sede diplomática. Jamás de los jamases se imaginó que lo sacarían de allí de manera abrupta. ¿Tuvo tiempo, como en las películas de acción, de borrar la información comprometedora antes de ser detenido? He ahí la pregunta del millón.

Lo más probable es que la próxima entrega de la saga nacional de la corrupción esté lista. El caso Enchilada –o cualquier otro nombre con que lo designe Diana Salazar– expulsará pus a borbotones… y algunas pistas del dinero robado.

Solo el correísmo obtuso se mantiene en la misma posición negacionista con la que ha intentado salvar los muebles en los últimos años. Pero los argumentos del lawfare, la persecución política o la conspiración derechista extraterrestre pierden fuerza a medida que las investigaciones avanzan. El terraplanismo parece ser la próxima estación de estos enceguecidos fanáticos del caudillo. (JUAN CUVI – PLAN V)