Hubo un tiempo en que Carlos Pólit fue un hombre poderoso. El hombre que la mañana del martes ha sido declarado culpable de lavado de dinero en seis cargos por el jurado de una Corte Federal de Florida, por los que pudiera ser condenado hasta a 100 años de prisión, fue el Contralor General del Estado durante el gobierno de la Revolución Ciudadana, y el entonces presidente Rafael Correa se refería como “nuestro Contralor”.
No siempre había sido poderoso. El hombre al que ahora van a incautarle un edificio de oficinas en Coral Way, una de las zonas más lujosas de Miami, y una mansión con pisos de mármol en Cocoplum, empezó como vistaforador en las aduanas, antes de recalar como gobernador del Guayas en el gobierno del coronel Lucio Gutiérrez, de quien al final de su breve régimen fue su secretario particular.
Fue la primera vez que lo vi, quizás la única, una mañana en Carondelet, en los días previos a la caída del régimen. Y confieso que no me sorprendí demasiado cuando años después fue elegido Contralor con los votos del mismo grupo que había derrocado al gobierno al que perteneció. El hombre no tenía bandera. Y sin embargo iba a navegar en las aguas procelosas del correísmo con tanta habilidad que llegó a ser reelegido Contralor cuatro años después.
Fue un Contralor diez sobre diez. “Nuestro Contralor”, decía Correa, orgulloso. El hombre que convocaba no solo a Correa, sino también a quien entonces fungía como líder de la oposición, el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot. Las imágenes de los tres, juntos, persignándose durante la ceremonia de inauguración del nuevo edificio de la Contraloría, en Guayaquil, repetidas entonces hasta el infinito en las redes sociales, quedaron grabadas en la memoria colectiva. Carlos Pólit era capaz de reunir a Correa y Nebot, entonces los líderes más poderosos del país, y hacerlos rezar juntos.
Cuando huyó del país, no muchos años después, asistimos asombrados al relato de cómo el representante de Odebrecht, un hombre con el nombre inverosímil de Conceição, decía que le había entregado maletas de dinero en una habitación de hotel donde solo guardaba maletas. Fue condenado por la Corte Nacional de Justicia a seis años de prisión, en ausencia, por los mismos hechos por los que se condenó por primera vez a Jorge Glas: recibir sobornos de Odebrecht. Pero a diferencia de Glas, todos creíamos que él estaba ya a salvo en los Estados Unidos.
Cómo fue luego capturado en Miami, acusado por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, procesado por una Corte de la Florida, y finalmente declarado culpable por un jurado, es una suerte de parábola moral, quizás no tanto de que el bien siempre triunfa, o que el mal tiene su castigo; sino más bien de que nada dura en la vida.
De que la Fortuna, la diosa del destino, muestra siempre, como la luna, distintas caras y estados variables, como canta el Carmina Burana. Que ayer fuimos y hoy no somos. Que hoy estamos y quizás mañana no. O como el corifeo que acompaña a Edipo, le advierte en las últimas estrofas de la obra de Sófocles, al hombre que después de haber reinado sobre Tebas, entonces la ciudad más poderosa del orbe, se prepara para vivir el resto de su vida como un ciego que vaga por los senderos.
“Oh, Tebas, he aquí a Edipo, el que fue hombre poderosísimo y los ciudadanos envidiaban su destino. ¡En qué terrible desgracia ha venido a parar! De modo que nadie puede afirmar que ha sido feliz o desgraciado, sino hasta el día de su muerte”. (CARLOS JIJON – LA REPUBLICA)
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